En tres retazos

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20081014

O nos calmamos, o nos compramos una isla

No me lo creo. No puede ser que antes del fin de semana los ejecutivos neoyorquinos barajaran el suicidio entre sus opciones razonables de muerte digna, y que ayer todas las bolsas pegaran un estirón aupadas por el plan de ayudas limitado acordado por el Eurogrupo, artista antes conocido como “los 15”. A los broker les sucede lo que a los niños que un buen día se ven con más de 30 años: que en su afán por no dejar de jugar, cada día se inventan recreos más arriesgados. Pero al final acabarán con los piños rotos y algún que otro hueso fuera de su sitio. Tiempo al tiempo.

Desde agosto de 2007, los inversores bursátiles vienen reinventándose a sí mismos, y a las reglas de juego de un mercado financiero convertido en sindiós, y en virgencita que me quede como estoy. Pero los datos a largo plazo son más fiables que los fuegos de artificio. Más vale “año a la vista” en mano, que “ochoporcientos” volando de subida o bajada en un sólo día en los principales parqués del planeta.

En noviembre y en diciembre del año pasado, el Ibex-35 marcó sus máximos históricos en torno a los 16.000 puntos. Una barbaridad y una desfachatez. Tan artificiales son esos picos como –cabe esperar, digo–, los valles alcanzados la semana pasada, en torno a los 8.000. No en vano, los expertos calculan que la actual barrera técnica del selectivo madrileño se sitúa, por la parte baja, en los 9.500 puntos, y que la fluctuación habitual debería conocer sus máximos en los 14.000 que registraba cuando en Estados Unidos estalló la burbuja de las hipotecas subprime.

Con esos datos en mente, y sin tomar como válidos los extremos –pues representan una perversión del sentido común–, sí cabe estimar que en los últimos 18 meses el valor de referente de las bolsas españolas se ha depreciado casi un 30 por ciento. Ergo, si las cotizaciones bursátiles son un indicativo de por dónde apuntan los tiros a medio plazo, la cosa pinta a blanco y en botella.

Las bolsas, con el Ibex a la cabeza, han alimentado buena parte de su carrera alcista parapetadas en la especulación inmobiliaria. Esa misma que hace dos años nadie reconocía y que hoy todo el mundo demoniza. Paréntesis: lo curioso es que suelten las fieras sobre el cervatillo zapateril, cuando han sido los cuatro años de Gobierno socialista los primeros, en más de dos lustros, en los que el incremento del precio de la vivienda era menor cada año. Los datos están ahí y las hemerotecas, para quien guste de consultarlas, también. Para el resto, expertos en hilvanar lemas de agit-prop cutrelux, pan y agua informativos, que no por más calidad que se les ponga lo van a aprovechar mejor. Pero me pierdo.

Todos conocemos los cantos de sirena de que el mercado inmobiliario ha pinchado, y que el día de mañana cualquier mindundi podrá beneficiarse un chalé con piscina en primera línea de playa. Pues tanto no, pero tampoco tan calvo como anotan los académicos de salón, que mastican vocablos como reajuste para tratar de taparse las vergüenzas de un pinchazo que ellos, más que nadie, estaban llamados a advertir.

La caída media de los índices bursátiles, arrastrada por el fenomenal batacazo de engendros especulativos como Colonial, debería permitir aventurar un retroceso de los valores inmobiliarios en torno al 40 por ciento. No es tanto, si se tiene en cuenta un factor: el incremento de casi un 250 por ciento de los precios de estos bienes entre 1997 y 2007, tiempo en que el IPC acumulado sitúa la inflación media en un 38,9 por ciento.

Para evitar las confusiones de los porcentajes, pongámosle a todo sus ceros y sus euros. Una vivienda que en 1997 costara 150.000 euros –cantidad entonces elevada–, se pagaba en 2007 a 525.000 –casi 90 millones de las antiguas pesetas–. En ese tiempo, una cesta de la compra de 150 euros habría ascendido a casi 210 euros.

Si la vivienda experimentara ahora una deflación de un 40 por ciento, el inmueble de muestra bajaría su precio a 375.000 euros. Esto es: a pesar de todo, el sector inmobiliario habría incrementado su precio en dos veces y medio su valor de hace diez años, muy por encima de la escala del IPC.

Así que, por lo pronto, lo que toca es dejar de enmarronar y que todo el mundo se calme. Ni los constructores van a perder tanto, ni los bancos van a quebrar (ése capítulo ya se narrará otro día), ni las bolsas van a regresar el calendario al año 1929. Entre otras razones, porque basta que se dé una de esas tres opciones para que cada cual piense en qué isla pasar lo mejor posible los próximos 15 años. Mientras tanto, que no me hagan comulgar con ruedas de molino. No me las creo.

1 comentario:

  1. Uff!! Brother, espero que tengas razón... Si no yo me piro a Fuerteventura. Menos mal que tenemos el euro, en caso contrario estaría ahora mismo dando golpes a un cazo, viste?

    Mientras se pueda seguir echando la primi aún hay esperanza. Y qué curioso... mientras siga habiendo Esperanza tendré que seguir echando la primi... qué cosas... que primitivo es todo, casi tanto como la lógica de las ideas de Güemes.

    Nos vemos en el palacio el sábado.

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