En tres retazos

Al mismo que me condena Articulos de Alfonso Piñeiro, publicados en cualquier soporte,
con memoria o sin fortuna, que llegaron o que no quisieron quedarse...
y algún experimento de periodista que busca su espacio en la red

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Confidencialba Mi actual proyecto profesional, del que soy editor.
Sus principios son independencia, crítica, certeza e información.

También en Twitter y en el desaparecido Soitu.es

ContraTitulares Primera experiencia blogger.
Única referencia durante mucho tiempo con ese término en Google.
La aventura terminó cuando dejé Madrid por Albacete... pero cualquier día regresará

Adios, Madrid

20081028

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Balada desde la cárcel de los adictos al pan y circo

La verdad es que no salgo de mi asombro. Debe ser por aquello de que las redacciones de este medio y de la prima-hermana Visión Seis nos hemos trasladado cerquita de la cárcel –con la boca pequeña, no es oficial–, pero de pronto me ha surgido una insana curiosidad por todo aquello que tiene que ver con las rejas y con la profesión más antigua del mundo –el chismorreo, ironía en modo on–.

De ahí que tome nota de la ocurrencia de bombero retirado, con mis excusas a los del mono rojo, que han tenido taytantos medios de enviar a sus periodistas a pasar una noche en un penal catalán de próxima inauguración. No doy crédito al festival de despropósitos que tomó forma de reportaje cutre y baratero, en mi pantalla, el sábado al mediodía.

Ahí los tenían, a los valientes antifaces de la información diaria, batiéndose el cobre para “saber qué sienten los presos”; dispuestos a pasar una noche entre rejas y, de paso, a ser protagonistas. Que es el no va más de la tontería hecha prensa: yo, informador; yo, noticia. Trampa argumental: tú, informador; el resto del mundo, noticia.

El rosario de estupideces que dice la locutora en cuestión es digno de estudio. Dejo al beneficio de la duda si las ocurrencias se deben sólo a su sesamen, o si son obra de un jefe que sólo se fija en su tetamen. Pero la sarta de tonterías es mayúscula. Por ejemplo: “los funcionarios nos desposeen de todas nuestras pertenencias y dejamos de ser periodistas para convertirnos en reclusas”. Claro. Muy bien. Es por eso por lo que pasáis con la cámara al interior de las celdas. Porque sois presas comunes. No te jode.

Más allá de la incapacidad para juntar la “pe” con la “a” y que suene a “pa”, la cosa va a mayores. “Cuando se apagan las luces del penal, sólo queda la soledad y la angustia”. Ea, nena. Quien lo diría con los compadreos juerguistas, las miradas cómplices y las risotadas complacientes cuando tú y tus compis salís, al día siguiente, por la puerta del penal, con el puntito folclórico de llevaros en una bolsa de plástico los efectos personales.

Puntito que, no podía ser menos, convertís también en noticia. Vuestros carnés, vuestros bolígrafos, vuestra drama de vida entre rejas... y nuestra –vuestra y mía– profesión arrasada por quienes pusieron todo su empeño en eliminar el pensamiento crítico: las bazofias del corazón, los aldabonazos intelectuales de los Grandes Hermanos y las Islas de los Famosos, la castración informativa de los Está Pasando y los España Cañí Directo, los correveidiles de la pantomima, los “panzer de prensa” de la clase política, el lenguaje idiotizante de los bon vivant de la burocracia...

Entre todos la mataron y ella sola se murió. La profesión. Unos alimentaron el ego, el yo, el mí, el me, el jopé y el “nosotros-los-chachi”. Adictos al pan y circo. Otros, aprovechando la coyuntura, incentivaron la censura disfrazada, la compra de voluntades, el silencio anestesiante y los gabinetes de prensa de trama más compleja que El Proceso de Franz Kafka.

Y ya que el Júcar pasa por Albacete, les bajaron los sueldos, les aumentaron la presión y les precarizaron la vida. El periodista había dejado de ser un engranaje entre el poder y el pueblo, para convertirse en una pieza de recambio maleable, dúctil y amorfa. Pronosticaron la muerte de lo profesional y acertaron: sobrevivió sólo el elemento laboral, la pluma sin veneno, el relleno por el relleno y el sobeteo con el que manda. Y así estamos.

Ya saben la mayoría de ustedes la opinión que se gasta mi menda sobre lo fácil que es que alguien del gremio venda a su madre con tal de obtener un titular sonoro; verdadero o no, pero potente. ¡Si al menos fuera cierto! El problema es que ya ni en esas estamos. Hoy sólo queda el innegable tufillo a afán de autosatisfacción y egolatría que se enseñorea de los profesionales de esta cosa mal llamada periodismo (quien firma, seguramente, también). Ése es el veneno que un día probamos sin saber que nos sentenciábamos a muerte: yo, informador; yo, noticia.

Y no. Era otra cosa: yo, informador; el resto del mundo noticia. Pero hoy abundan los cientos de miles de guiños aquí y acullá, disfrazados de opinión editorial o de noticia de actualidad, en los que el autobombo corporativo cobra acentos dramáticos. Parece que nadie se da cuenta de que ése fue el principio del fin, y que las noticias sobre periodistas interesan, básicamente, al colectivo. Y a nadie más.

Aun así, no puedo evitar referir la contradicción que supone el hecho de que estas mismas líneas, también, se olviden del resto del mundo, de la noticia, y se centren en el yo-informador. Enésima vuelta de tuerca sobre un asunto en vía muerta: el porvenir de una profesión, ésta, tan apasionante como llena de vericuetos nauseabundos.

20081025

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Hijo de crápula

Pues me voy a jinchar. Como sea verdad que al alcalde de Puerto Real le van a empurar por injurias contra el rey, al Altísimo pongo por testigo de que me voy a jinchar a ganar cuartos. Pues si el de Izquierda Unida ha llamado “corrupto” e “hijo de crápula” al rapaz del conde de Barcelona, yo tengo atesorada para mí solito, por mi propia capacidad y mi buen entender mi mecanismo, toda una colección de insultos hermosos –floridos–, hermanos –proletarizantes–, y hermesos, es decir, que son como una corbata de Hermés: queriendo echar una mano al cuello, sientan en realidad como un guante de seda.

No ofende quien quiere, sino quien puede. E, hijos de la misma condición, no se siente ofendido quien es atacado, sino quien con ello cree vituperada su esencia humana, es decir, su dignidad de bípedo semiconsciente. Seguro estoy de que Juan Carlos, que no es menos que mi menda –pero tampoco más–, se parte la caja cada vez que un simple mortal, se llame nieto municipal de Carrillo o sobrino radiofónico de Escrivá de Balaguer, le llama lo que todo el mundo, más que menos, dice, comenta o explica de él: mira, Puri, un amigo de un conocido que informó a un periodista que se hizo pasar por fuente oculta de un programa de Ana Rosa ya avisó, en su día, de que el Borbón flojeaba más de esto que de aquello. Y tal y cual.

La clínica del rumor es así. Tiene un funcionamiento imparable. Desde los lametazos del canino Ricky Martin en las vergüenzas televisivas de Isabel Gemio, hasta las mafias que te dan a oler éter en un aparcamiento con el gancho de que están promocionando un perfume. Suma y sigue: la Guerra Civil la empezaron los huelguistas del PSOE asturiano en 1934, Garzón quiere insultar a media España o no nos oponemos al matrimonio homosexual pero sí a que se llame matrimonio. Del rumor a la mentira no hay distancia. Y entre la verdad y la mentira, la distancia es más larga que la del rumor, si bien similar: llámase rubor. Vergüenza torera. Orgullo. Raza. Ein Journalismus, ein Handhabung, ein Wahrheit. Vayan al diccionario, que hay mil en internet.

Nunca pensé que el supuesto autor de tantos amoríos –o puteríos de alto standing, siempre supuestos, ni siquiera presuntos–, fuera a darme, precisamente, la guía con la que actuar. Con la ventaja, y diferencia insalvable, de que el del Palacio de Oriente no tiene nada que ganar, y quien aquí firma no puede perder mucho más. Así que tomo nota de sus acciones legales contra José Antonio Barroso, el alcalde en cuestión, y elevo mi voz para invocar que si él interpone una demanda, yo pondré dos más. Además, eso le tiene que sonar, porque el régimen que otorgó corona al marido de Sofía de Grecia, al hablar de las Naciones Unidas, vociferó en términos similares: ellos tienen UNO –United Nations Organisation–, nosotros tenemos dos.

Se podrá estar más o menos de acuerdo con el primer edil de Izquierda Unida en el contenido, las formas o el acierto de sus improperios –o descripciones temerarias–. Pero lo que no se puede es consentir el linchamiento vía Fiscalía para legitimar sine die la sopaboba monárquica. A quienes nos tira más lo violeta que lo rojo en la franja inferior de la bandera no nos importa que Juancar esté donde está por un “es que así fue la Transición”, un “no toquemos las pistolas” o un gracejo populachero a lo Spain is different. Pero ni la boda de Letizia-con-zeta, ni las fiestas que dicen que llevaron al duque de Lugo a arrastrar sus dolencias, justifican el cheque en blanco de involabilidad que se gasta la Familia Real. O, más bien, que gastan sus lameculos reales, además de regios, y de oficio, invocando las leyes de parte.

En caso de flagrante continuidad del correazo informativo a quienes disienten en público de los Borbones, y máxime si la Justicia no atiende mi requerimiento en igualdad de trato y agilidad de tramitación, me consideraré insultado, también, por los gestores de la cosa pública jurídica. Pero ni con esas tendremos palabras mayores. Guárdense las espadas, que no verán las mías batiendo el aire. Dejemos a cada cual lo suyo: los bajonazos son propios de las almas rastreras. Tanto, que sólo saben esgrimirse en grupo, y siempre para dar collejones al que asoma la cabeza. Por eso me cae tan mal la Fiscalía, y tan bien los alcaldes de IU. Y, desde ahora, por darme ideas para jincharme, el señor Rey.

20081014

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O nos calmamos, o nos compramos una isla

No me lo creo. No puede ser que antes del fin de semana los ejecutivos neoyorquinos barajaran el suicidio entre sus opciones razonables de muerte digna, y que ayer todas las bolsas pegaran un estirón aupadas por el plan de ayudas limitado acordado por el Eurogrupo, artista antes conocido como “los 15”. A los broker les sucede lo que a los niños que un buen día se ven con más de 30 años: que en su afán por no dejar de jugar, cada día se inventan recreos más arriesgados. Pero al final acabarán con los piños rotos y algún que otro hueso fuera de su sitio. Tiempo al tiempo.

Desde agosto de 2007, los inversores bursátiles vienen reinventándose a sí mismos, y a las reglas de juego de un mercado financiero convertido en sindiós, y en virgencita que me quede como estoy. Pero los datos a largo plazo son más fiables que los fuegos de artificio. Más vale “año a la vista” en mano, que “ochoporcientos” volando de subida o bajada en un sólo día en los principales parqués del planeta.

En noviembre y en diciembre del año pasado, el Ibex-35 marcó sus máximos históricos en torno a los 16.000 puntos. Una barbaridad y una desfachatez. Tan artificiales son esos picos como –cabe esperar, digo–, los valles alcanzados la semana pasada, en torno a los 8.000. No en vano, los expertos calculan que la actual barrera técnica del selectivo madrileño se sitúa, por la parte baja, en los 9.500 puntos, y que la fluctuación habitual debería conocer sus máximos en los 14.000 que registraba cuando en Estados Unidos estalló la burbuja de las hipotecas subprime.

Con esos datos en mente, y sin tomar como válidos los extremos –pues representan una perversión del sentido común–, sí cabe estimar que en los últimos 18 meses el valor de referente de las bolsas españolas se ha depreciado casi un 30 por ciento. Ergo, si las cotizaciones bursátiles son un indicativo de por dónde apuntan los tiros a medio plazo, la cosa pinta a blanco y en botella.

Las bolsas, con el Ibex a la cabeza, han alimentado buena parte de su carrera alcista parapetadas en la especulación inmobiliaria. Esa misma que hace dos años nadie reconocía y que hoy todo el mundo demoniza. Paréntesis: lo curioso es que suelten las fieras sobre el cervatillo zapateril, cuando han sido los cuatro años de Gobierno socialista los primeros, en más de dos lustros, en los que el incremento del precio de la vivienda era menor cada año. Los datos están ahí y las hemerotecas, para quien guste de consultarlas, también. Para el resto, expertos en hilvanar lemas de agit-prop cutrelux, pan y agua informativos, que no por más calidad que se les ponga lo van a aprovechar mejor. Pero me pierdo.

Todos conocemos los cantos de sirena de que el mercado inmobiliario ha pinchado, y que el día de mañana cualquier mindundi podrá beneficiarse un chalé con piscina en primera línea de playa. Pues tanto no, pero tampoco tan calvo como anotan los académicos de salón, que mastican vocablos como reajuste para tratar de taparse las vergüenzas de un pinchazo que ellos, más que nadie, estaban llamados a advertir.

La caída media de los índices bursátiles, arrastrada por el fenomenal batacazo de engendros especulativos como Colonial, debería permitir aventurar un retroceso de los valores inmobiliarios en torno al 40 por ciento. No es tanto, si se tiene en cuenta un factor: el incremento de casi un 250 por ciento de los precios de estos bienes entre 1997 y 2007, tiempo en que el IPC acumulado sitúa la inflación media en un 38,9 por ciento.

Para evitar las confusiones de los porcentajes, pongámosle a todo sus ceros y sus euros. Una vivienda que en 1997 costara 150.000 euros –cantidad entonces elevada–, se pagaba en 2007 a 525.000 –casi 90 millones de las antiguas pesetas–. En ese tiempo, una cesta de la compra de 150 euros habría ascendido a casi 210 euros.

Si la vivienda experimentara ahora una deflación de un 40 por ciento, el inmueble de muestra bajaría su precio a 375.000 euros. Esto es: a pesar de todo, el sector inmobiliario habría incrementado su precio en dos veces y medio su valor de hace diez años, muy por encima de la escala del IPC.

Así que, por lo pronto, lo que toca es dejar de enmarronar y que todo el mundo se calme. Ni los constructores van a perder tanto, ni los bancos van a quebrar (ése capítulo ya se narrará otro día), ni las bolsas van a regresar el calendario al año 1929. Entre otras razones, porque basta que se dé una de esas tres opciones para que cada cual piense en qué isla pasar lo mejor posible los próximos 15 años. Mientras tanto, que no me hagan comulgar con ruedas de molino. No me las creo.