En tres retazos

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Adios, Madrid

20090304

Una rebelión sin nombre

Justo al releer la línea final de la novela que me ha tenido ocupado unos días, Ensayo sobre la lucidez de José Saramago, y quedarme con la inevitable mueca de incredulidad que deja el final del libro, encendí la televisión para ver uno de sus escasos programas inteligentes: Sé lo que hicisteis. En menos de un minuto, estaba emitiendo un reportaje sobre A ciegas, el filme basado en el otro Ensayo de Saramago, el de la ceguera. ¡Zas! La vida está llena de extraños destinos.


No tienen la culpa. Hablan el lenguaje que siempre les han enseñado a utilizar. El que les aupó hasta sus indiscutibles pieles de estadistas financieros. El que se instaló en una codificación del mundo hecha desde, por y para los vencedores, que sólo pueden serlo si parten de una posición de privilegio o una actitud de villanía. El que dice qué y cómo deben entenderse asuntos tan dispares como la economía, la ética o la razón desde hace casi 50 años: 1960, nace la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Sin que los autores de su último informe sobre España lo sepan, a unos 1.500 Km. de la sede central en París, una capital de la estepa manchega acoge la visita del premio Nobel portugués José Saramago. La nueva Casa de la Cultura de Albacete lleva su nombre, un justo pago a los servicios para que la única concejala de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Albacete, dé la necesaria pátina de estabilidad a un Gobierno municipal con tantos ediles socialistas como populares hay en la oposición. Trece. Doce más uno, por lo gafe.

Las últimas noticias conducen a lamentar su previsible ausencia por motivos de salud. No puede ser tanta casualidad: que la misma semana se estrene en España A ciegas, filme basado en su Ensayo sobre la ceguera; y que el mismo país sea, a partes iguales, autor y víctima de una misma enfermedad, la ceguera social, la ceguera de la inteligencia, que con tanta maestría firma el propio Saramago en el título que da continuidad a la obra mencionada: Ensayo sobre la lucidez. Y que, a la vez, la OCDE se pronuncie como lo ha hecho. Mucha, enorme casualidad. Desmesurada, les digo...

Foto: Wikipedia.


El Ensayo sobre la ceguera se ambienta en el terrorífico asedio de la enésima entrega literaria de una epidemia. A modo de cita y sin pretender equiparar calidades, valga nombrar Cien años de soledad de García Márquez, La peste de Camus o El orden alfabético de Millás. Una epidemia imposible: la falta de visión no se contagia. En un increíble salto al vacío, Saramago recrudece la epidemia en su Ensayo sobre la lucidez: cuatro años después, la misma población que inexplicablemente quedó ciega durante un tiempo, asume la integridad de sus derechos ciudadanos y decide, sin que medie líder ni campaña alguna, votar en blanco en la convocatoria a urnas: más del 80% de los electores opta por esa papeleta de forma espontánea, libre e individual.

Entonces las autoridades son presa del pánico. En su ciega huida hacia delante para desenmascarar a los conspiradores, implantan progresivamente un Estado policial, de sitio, y de guerra, incapacitados los dirigentes políticos para devolver la “normalidad” democrática. Con tan hábil maniobra, Saramago desenmascara así el lenguaje dúctil y perverso de la política profesional, que compra voluntades en los cargos públicos y silencios cómplices en el “cuarto poder”. Lenguaje que pinta convicciones travestis y paga mal, pero paga, a la voz del amo. Es la neolengua de George Orwell, 1984. Al apostolado occidental se le cae así el velo de lo democrático: basta que el poder político se vea desautorizado para que, en nombre del derecho, restrinja los derechos ciudadanos.

La actual crisis económica parece querer caminar justo en esa dirección. No de otra manera cabe sino explicar el último conglomerado de recetas para aliviar la situación en España, elaborado por cocinas OCDE. Empezando, no podía ser menos, por un abaratamiento del despido. Dicho con las argucias argumentales de los poderes que desenmascara Saramago: reducir todavía más las indemnizaciones por despido de los contratos indefinidos y promover un contrato de trabajo único que contemple indemnizaciones por despido proporcionales a la antigüedad.

Hasta donde la legislación dispone, las indemnizaciones han lugar allí donde el despido se considere improcedente o nulo por un tribunal. Es decir, cuando, literalmente, no procede, no es legítimo, no concurre causa alguna que justifique la extinción de la relación laboral, el contrato “producción a cambio de salario”. O bien, caso del despido nulo, cuando en la extinción se dan circunstancias que violan los derechos constitucionales. En caso contrario, es decir, que se den causas sobradas que conciernan a la falta de celo, animosidad u hostilidad del trabajador, el despido no tiene penalización. Como no podía ser de otra manera. Ergo, abaratar el despido, acción también llamada en neolengua de patronal “flexibilizar el mercado laboral”, equivale a permitir la arbitrariedad en las relaciones laborales. A la calle... porque me da la gana.

Estas y otras contradicciones de la OCDE, como recomendar la disminución de trabas autonómicas en la implantación de grandes centros comerciales para, atención, “favorecer el comercio minorista”, recuerdan muy mucho a las trampas del lenguaje de la clase política. Las que un día exasperó a la capital que, gracias al genio y la pluma de Saramago, sufrió primero la ceguera y gozó después la lucidez.

No sería mal lugar Albacete para que la ciudadanía despertara al desmontaje de las casi mentiras y medias verdades del poder político. Va en el debe político de su alcaldesa, Carmen Oliver, que reivindica siempre que puede (y quien firma tiene el honor de haber sido el primer periodista en publicar el binomio), un "futuro inteligente". Aunque eso pusiera en un brete incluso a la formación que, desde un punto de vista intelectual, más cerca habría de estar de Saramago, y que hoy comanda el ciudadrealeño Cayo Lara.

Si a 1.500 Km. de la parisina sede de la OCDE, la capital del llano protagonizara esa silenciosa, anónima, blanca y lúcida rebelión, el grueso de casualidades Saramágicas no habría sido en vano. No me digan que sueño. Menos realistas son los redactores, pobres, qué culpa tienen, de los informes pensados por, desde y para el poder.

1 comentario:

  1. Te sales, caballero, como siempre. Pero, ojo, la ciencia ficción de Sara Mago (jeje) no implica que, en la realidad, el voto en blanco siempre favorece al partido más votado, por lo que las elecciones serían legítimas. A los gobernantes, y todos lo sabemos, les importa bien poco el bienestar real de los gobernados. Sólo quieren dos cosas: Consumismo y precariedad laboral.

    El consumismo garantiza que el público busque satisfacción en efímeros objetos bombardeados por la santa madre publicidad. Efímeros porque provocan bienestar momentáneo. La literatura, la música o los clubes de debate son baratos, por lo que hay que tender a eliminarlos como hobby (se piensa mucho y eso es malo).

    La precariedad laboral tiene una doble vertiente. Mala, porque provoca ralentización en el mercado siempre y cuando no haya una oferta suficiente como para absorver la demanda (veasé el ejemplo americano, donde sí la hay y los sueldos se pagan por semanas). Buena, por otro lado, ya que baja la conflictividad social, pese a que los sueldos sean miserables y sólo un pequeño porcentaje de los trabajadores pueda permitirse cambiar de trabajo según oferta, y aumenta la competitividad empresarial.

    Política y economía van de la mano en el mantenimiento de esa fina línea del equilibrio en el precarismo laboral. Bajos sueldos y miedo al despido provocan curritos sumisos, tendentes al poco pensar y, por ende, devoradores de telebasura y compradores compulsivos.

    Que bien estudiao lo tienen los jodíos.

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