En tres retazos

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20100210

Penélope y Telémaco... por lo menos

Confidencialba, la Columna del Editor



Si no eres tú, lector –y me permites esta vez el tuteo–, tiene que ser tu pareja. Y si no tu padre. Y si no tu tía la que se fue a vivir a Cádiz. Pero a uno de los cuatro os toca, por ley estadística, haber estado la semana pasada pegadico a la pequeña pantalla formándose, abriendo la mente, recorriendo mundo, invirtiendo su tiempo en todos los verbos en gerundio que signifiquen adquirir cultura, educación, ideas críticas, dimensión global, pensamiento constructivo, acción ciudadana, compromiso vital y lucidez filosófica. Esto es. Pendientes de la nosecuántis reposición de ese paradigma de discernimiento e historia de la evolución titulado Gran Hermano.

No se preocupen. Al menos 18 de ustedes están disculpados de antemano –ya ven, ahora les trato de usted–. Porque estadísticamente están libres de semejante sindiós de decencia televisiva. Se lo digo porque los otros seis de la estadística, los correspondientse espectadores enganchados a la morfina de la bazofia de las vidas ajenas, ya me los topé yo. Comiendo. En un restaurante de esos tan modernos y tan nuevos en los que apenas tienes intimidad. Que uno podrá ser probe pero tiene sus euros para clavarse un menú de los de 300 duros. Y allí estaban. Espléndidos. Encorbatados ellos y de tacón ellas. Finos, jóvenes, aparentes y con hambre. Lobos de las finanzas. O de la administración, tanto me da, pero con la misma pinta de lobos que se gastan los antaño engominados señoritos de la madrileña zona de Azca.

La situación se veía venir. Antes o después. Tal nivel de civilización preclara hemos alcanzado en la perra España de los más de cuatro millones de parados –"nunca alcanzaremos esa cifra y nos quedaremos muy por debajo", dijo Corbacho hace menos de un año–, que el premio gordo estaba cantado. El refectorio en cuestión cuenta con dos pantallas de plasma de esas de rebajas del Mediamáster, o de la Cadenamarket, o de por ahí. Que hoy por hoy si no tienes semejante artilugio en un negocio no eres nada. Ni te comes un rosco.

Y se lo juro por mi santísima, en una emitían el Tal Cual Pascual me es Igual, de la cadena de Lara; y en la otra el Sálvame de los inoperantes, el programa de Jorge Javier Vázquez y Belén Esteban, que de no ser porque ya tienen papel asignado en esta vida, habrían encontrado acomodo, sin duda, en cualquier novela de Umberto Eco, de José Luis Sampedro o de Juan Marsé. Qué digo, en el mismo Quijote de Cervantes. Qué tontería: el Telémaco y la Penélope de Homero, como mínimo. De ahí para arriba, si se puede.

Ante tanto derroche de ingenio, era inevitable que alguna mesa hiciera alguna referencia a alguno de los nudos gordianos que se tratan en sus debates de altura: la jubilación a los 67 años, el despido libre, el incremento del periodo de cotización para el cálculo de las pensiones, el sobeteo y manoseo de la clase política con las cajas de Ahorro (Barreda CCM, Esperanza Caja Madrid), o el envío de 500 desgraciados de la soldadesca española a Afganistán, de los que –la estadística manda– se debería ir encargando ya los epitafios, flores y lápidas o féretros de medio centenar. Ea. Pues casi. Por muy poquito. Ya lo verán.

El programa de Mermelada y de "la mujer que se hizo famosa por tocarle la chorra a un torero" –impagable Ángel Martín, Sé lo que hicisteis, La Sexta–, se arranca con el resumen del reestreno de Gran Hermano. "Mira el Kiko, ya la lió otra vez ayer", dice una torda de los tacones. "¿Y ese quién es?, que no m'acuerdo", replica un encorbatado. "¿Pos si es que no te acuerdas, muchaaaacho? ¡El del primer Gran Hermano!", responde una segunda fulana. ¿No les decía yo? Intensidad, altura de miras, elevación del espíritu. Olé nuestros huevos, compadres.

Y en estas me acuerdo de la época en la que fui corresponsal de la Agencia Notimex. Cuando mi buen César Velázquez me agarró por banda y me dijo: "Oye, pues, pinche Piñeiro, tú que le echas ingenio, qué onda wey, por qué no hases las crónicas de estos pendejos del Gran Hermano, que los editores del de-efe no hasen más que pedirme la chingadera esta para los medios de allá; ya les digo que no mamen, pero ni modo, así que pues te lo ofresco, tú me dises". Qué bien lo pasé, recristo. Tirando de metáforas y relecturas del 1984 de George Orwell, novela distópica de la que sale esa figura del Gran Hermano, y que con que conociera la décima parte de la tropilla de reemplazo que se sienta ante su televisor para ver a estos héroes posmodernos, ya me daría con un canto en los dientes.

Por cierto. Dice la leyenda urbana de la literatura que Orwell –es decir, Eric Blair– escogió ese título al darle la vuelta a los dos últimos dígitos del año en que la terminó de escribir, 1948. También el año de máximo apogeo de la represión estalinista, que quedaba retratada en la neolengua, la reinvención del pasado, la arbitrariedad del gobierno, la policía del pensamiento y el omnipresente Gran Hermano. Es decir, el Estado. Quién le iba a decir al bueno de George que 60 años después el narcótico social no vendría en forma de represión, sino del reblandecimiento de las neuronas de todo bicho viviente. Sobre todo si es español. Y que encima le usurparían sus conceptos. Mira que somos.

Y luego, que si la crisis. Amos ya, cohone.

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