En tres retazos

Al mismo que me condena Articulos de Alfonso Piñeiro, publicados en cualquier soporte,
con memoria o sin fortuna, que llegaron o que no quisieron quedarse...
y algún experimento de periodista que busca su espacio en la red

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La aventura terminó cuando dejé Madrid por Albacete... pero cualquier día regresará

Adios, Madrid

20100118

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Una cortina de humo

Confidencialba, la columna del editor


Resulta que mañana lunes –u hoy, o ayer, vaya usted a saber cuándo lee este texto–, el presidente de los empresarios de hostelería provincial, Juan Sánchez, sus homólogos castellano-manchegos, y su presidente regional, contarán en Toledo "toda la verdad" sobre la futura ley que prohibirá fumar en los bares. Y a mí como que me entra la risa floja. Una risita de esas entre histérica e indolente. No por el negocio de estos empresarios, que al parecer se va a ver seriamente afectado, y la divinidad me libre de desearles mal alguno; sino porque en el fondo todo este asunto me parece un brindis al sol de la hipocresía.

Aclaro en primer lugar que no soy objetivo en este análisis. Ni yo, ni nadie. Mi menda lerenda porque es fumetis, por tanto tan subjetivo y cargado de razones como los que no le dan al vicio, o lo dejaron por las razones que fueran. Tampoco pretendo convencer a nadie de las virtudes de fumar. Es más, en este Confidencial he autorizado algún artículo –Jorge Laborda, concejal de Sanidad y Consumo– contando las virtudes de la prohibición y lo malo malísimo que es el tabaco. Que lo es. Pero, se insiste en ello, todo este asunto no deja de ser una pantomima políticamente correcta. Incluso meapilas.

Primero, porque los hosteleros ya pueden ponerse más gallardos que la tropa reclutada para combatir junto a Villeneuve frente a los ingleses. Que va a ser que les va a dar igual. Con rebote o sin rebote van a tener ley. Más que nada porque el siglo XXI se estrenó en Europa con una sarta de leyes en las que con más o menos retraso, con más o menos matices, con más o menos revueltas, fumar es más perjudicial que "acariciar" a fulanos de piel morena en las cárceles de Abu Grahib o Guantánamo –nótese la finísima ironía con la que se traza que además, en esto, Europa no hace sino una copia vulgar y sonrojante de sus primos de gringolandia–. Así que, Sánchez y compañía: ajo y agua.

No sólo Europa. Es una fiebre global. Cada época tiene su dios particular. Los jacobinos tuvieron a la Diosa Razón, y los bienestarinos –así nos estudiará el futuro, fijo– tenemos a la Diosa Salud. Vean si no las parrillas matinales de televisión, las páginas centrales de los suplementos de fin de semana, los programas de radio más especializados, las páginas web y los foros de Internet más participados –casi siempre con datos a la ligera–, la obsesión por disfrazar el culto al cuerpo como incentivo saludable, la hiperinflación de productos dietéticos sin los que un supermercado hoy no se come un colín, los servicios de urgencias hospitalarios saturados por culpa de una población que a la mínima se pone nerviosa –servidor incluido–. Vamos, estamos como para una gripe A de las buenas, no de las de coña marinera como la última.

La Diosa salud está encima por incluso del dinero, bastante adelantada a las neosectas religiosas, y ni te cuento a qué distancia de una afectividad sincera, una ciudadanía comprometida –ay, la risa floja, que me vuelve–, una clase política honesta –me mondo lirondo–, o una banca transparente –para por favor que me dan agujetas de tanto reír–. Aunque tenga incoherencias de las buenas: Escocia prohíbe fumar en todos los lugares públicos y en los cerrados, salvo las cárceles por motivos "humanitarios". Buen humanitarismo ese que quiere salvar del cáncer de pulmón a todo el mundo menos a los presos. Luego que si la abuela, nunca mejor dicho, fuma.

Es el sino de nuestro tiempo. Y con él hay que apechugar, se dedique uno a la hostelería, al ladrillo, a juntar letras o a ser administrativo del Sescam, mira tú que apropiado por una vez. El problema es que, como toda moda, y a saber: primero, es pasajera; segundo, es más falsa que Judas; y tercero, obedece al lobby de turno, que cuando es contra el sistema al menos tiene su aquel de simpático. Pero cuando es oficialista, como el que nos ocupa, válgame lo ufano que se pone: si hubiera el mismo furor legalista para controlar las evasiones de capital a paraísos fiscales, el cumplimiento severo de la legislación laboral, la vigilancia sobre los metomentodo de la política o el amiguismo que asegura el ascenso en una bolsa de trabajo o en una oposición al cuerpo de bomberos –es un decir–, otro gallo cantaría.

Pero no. Fíjate por dónde que lo que aseguraría un mundo más justo, menos contaminado, menos egoísta, más comprometido y todas esas cosas que
figuran en el discurso de los mandatarios –como la juventud, el futuro y otros tripis que se meten los que alucinan en el poder–, no forma parte de las prioridades reales de los cacicuelos que afilan sus uñas y sus dientes cada vez que se baten el cobre en las urnas.

Porque además, si nos ponemos, nos ponemos. Pero con todo. Por ejemplo, cómo voy a negar, infeliz de mí, que un camarero o camarera tenga el derecho o la derecha de que no le contamine el humo o la huma de los demás. Faltaría plus. Pero por lo mismo, señores míos, tengo la convicción de que el monóxido de carbono de nuestros utilitarios de clase media engreída contaminan más o menos, y más más que menos, como el humo de nuestros diez minutos de felicidad. Esos diez minutos a los que cantó Calamaro –los de la SGAE que no lean esto, pardiez– aquello de "un beso, otro beso, y la pena se va con el humo".

Por lo mismo, tengo la más absoluta y completa seguridad de que las revistas del corazón, la pornografía rosa que inunda la televisión, la soez sociología de los grandes hermanos, el soplagaitismo artístico de los operatriunfos, la endeblez mental de los callejeros viajeros por el mundo de yupi de las casas de los ricos, el cansinismo agotador de los gobernantes con el culo prieto que quieren ver brotes verdes, después de que dos millones de españoles se hayan ido a la calle con una mano delante y otra detrás por todo taparrabos... En fin, esta sociedad en sus múltiples manifestaciones de bajeza moral y del todo vale mientras la fiesta siga, es en suma provocadora de muchas más muertes, enfermedades e infelicidad que un cigarrillo.

¿Qué hacemos, pues? ¿Prohibimos la circulación por carretera? ¿Prohibimos los espacios de cotilleo? ¿Prohibimos los sueños de celebridad de jovenzuelos a los que visten como chaperos o como meretrices porque tienen una voz de ruiseñor, o eso dicen? ¿Prohibimos la curiosidad de quién carajo se habrá comprado ese palacio? ¿Prohibimos la ilusión de salir de una vez por todas de esta maldición bíblica llamada crisis y que en realidad es corrección a lo bestia de un modelo de crecimiento inviable? ¿Prohibimos la pobreza, como cuentan que ha propuesto Zapatero para la presidencia de turno española de la Unión Europea? ¿Prohibimos, a secas?

Todo lo anterior, sin negar que para los no fumadores el humo ajeno es una jodienda. Todos los fumadores hemos sido en algún momento –al menos de niños– no fumadores. Y a todos se nos ha arrugado la nariz cuando nuestros padres o sus visitas se encendían un piti en nuestra presencia. Pero no se aprende mediante prohibiciones, sino educando. Los "esto es malo y no te recomiendo que tú lo hagas" que aprendimos las generaciones de los 60 y los 70 forman mucho más que ver a unos padres, unos abuelos, unos tíos o un simple desconocido, fumándose a hurtadillas, e hiperventilándose con las prisas, un truja cual delincuente. Todo adolescente quiere probar lo prohibido, lo perseguible, lo incorrecto. Podrá equivocarse, pero le resultará más tentador.

Y todo lo anterior, sea dicho también, sin negar conocimiento a don Jorge Laborda, con el que me une la mentalidad abierta, cosmopolita, hasta cierto punto soñadora, el protomotivo de impacto que no supimos perder de bebés, el motivo de impulsar el mundo a base de latidos de justicia social y, mientras los intereses de una de las partes no lo estropee, una franca camaradería. Que además es sana, aunque él no fume, y quien esto firma sí, y por ahora con delectación. Palabra que se parece de manera peligrosa a delito. Ojalá la enfermedad de la Diosa Salud no llegue a esos extremos.

20100108

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París vía quince

Publicado en Confidencialba


La columna del editor Por Alfonso Piñeiro

Que me lo expliquen. Que me expliquen por qué los españolitos de a pie perdemos el culo por ser la octava potencia económica del mundo, y somos capaces de tragarnos resignados y repatingados que quienes prestan determinados servicios de interés público nos traten como a delincuentes. O, dicho de otra forma más cursi, que nuestros sistemas de gestión sean en pleno año 2010 tan exquisitamente ineficaces, tan elegantemente insultantes, tan descaradamente quinquis. Es decir, tercera y última comparación: tan rematadamente meritorios de ser calificados tercermundistas. Con perdón. Para los tercermundistas.

Verbigracia. Estación de Madrid-Chamartín. O de Chamartín-Madrid, no se me pierda nadie en menudencias. 31 de diciembre. Tren de Cercanías a Colmenar Cinco (así es como aparece en los carteles, Colmenar V, con V de Cinco, como Telecinco... tele que queda justamente en la carretera de Colmenar V). Hasta tres paneles indicativos: uno de pantallas retroiluminadas, uno de esas minibombillas tan actuales (años 70, pero ahora son el non va plus de la vanguardia), llamadas leds; y la cumbre de la tecnología y el toque retro, a base de paneles electromecánicos.

Quedan cinco, como Colmenar, como Telecinco, minutos para que el Cercanías penetre en el esplendor decadente de Chamartín. De los tres paneles informativos ni uno, rediezla, pero es que ni uno, da cuenta de tan prometedor acontecimiento. Para el resto de destinos funcionan con notable acierto, lo que introduce más inquietud. Pero como no es plan de sangrarse, al menos no en Nochevieja, conviene echarle paciencia a los trenes de doña Esperanza Aguirre, que cobran dos veces y media la tarifa máxima al cliente que ose violar la red de Cercanías sin título de transporte válido.

Faltan cuatro (de fusión con Telecinco), minutos para Colmenar V, y más de lo mismo. Mutismo en la pantalla, mutismo en los leds, mutismo en los paneles. Y también en los altavoces de la torda que graciosamente anuncia las llegadas y salidas por altavoces con eco retestinado de polvo acumulado desde el tardofranquismo. Tres minutos. Nasti. De plasti. Dos minutos. El cachondeo padre, si usted quiere, don Camilo, pero aquí nadie suelta ni prenda. Un minuto. La hora exacta. ¿Te han dicho a ti cuándo llega el de Colmenar V? Pues a mí tampoco.

Casi diez minutos después, la voz enlatada se arranca: Colmenar Cinco, vete perdiendo el culo para la línea Viejo. O viceversa, que cuando se va en plan rally por las escaleras mecánicas el orden de los factores no altera el infarto. Y pasa lo que tiene que suceder: con los higadillos propios ya en la recámara de la campanilla, las puertas del vagón escupen un “pardillo” en forma de pitido mientras se cierran impasibles, parsimoniosas, y más indiscutibles que los caciques que se gasta la política castellano-manchega.

Oficina de Atención al Viajero. Buenas, vengo a agradecerles los servicios prestados: no creo que quieren dar por saco al cliente en fin de año, así que supongo que hoy abonan taxis a cambio de los trenes que la incompetencia de su compañía nos hace perder. Como mucho, caballero, dice un uniformado que prefiere proteger su culo antes que reconocer las cagadas de quienes le pagan la nómina, ponga una reclamación, y en dos o tres meses le responderán. Si eso. Ya, vale, pero no, mire, dígame sólo si ahora tengo que coger un taxí o qué. Usted, responde imperturbable, sabrá lo que tiene que hacer.

Manda huevos. ¿Será Renfe de sus amores la que sabrá lo que copones de bullas tiene que hacer, para no marear al personal? Quince minutos más tarde, sin reclamación ni taxi, y con cierta atonía de esta perra España que nos toca vivir, la cosa pasa por esperar en la plataforma de todos los trenes que van a Colmenar por el culo te la. Y, los Marx (Groucho y Karl) no nos escuchen, la historia se repite: cinco minutos, cuatro, tres, dos, un minuto, y ni el niño jesús ni mahoma se dignan en anunciar la llegada del tren a Colmenar, hasta que no se ha adueñado ya del andén. Todo para ver, un minuto más tarde, a otros incautos que vienen casi rodando por las escaleras mecánicas, y que se quedan con la misma pinta de mecagüenrós mientras se les cierran las puertas en las napias.

Estación de ídem, 3 de enero. 18:30, ningún panel anuncia la salida del Alaris que diez minutos más tarde sale con destino Valencia. En esto que se ven a lo lejos incesantes destellos de flashes. Lo que faltaba: llega la superwoman de la nobleza, la duquesita de Alba (no de Alba-cete), y de los cien mil hijos de san Luis y de la madre que la parió (este título lo tiene sí o sí). El 90% de la estación, poseído por el espíritu del “yo nunca veo esos programas”, se abalanza a echarle una foto. La buena de la señora, que poca culpa tiene, baja por el ascensor de una plataforma que no anuncia tren ninguno. Dos minutos más tarde, con doña Cayetana ya bien acomodada en su trenhotel, ahora sí, a bombo y platillo, París vía 15.

Joderse tocan. El lameculeo, deporte nacional, permite a la más señora de todas las señoras saber de antemano por dónde carallo sale su parisien. Mientras 150 madrileños, albaceteños, valencianos y demás ralea de mala calaña esperan arremolinados a que alguien anuncie su Alaris de triste contribuyente de clase media empobrecida. Al fin, a un minuto del tema, los altavoces retestinados anuncian que el Talgo se retrasa. Y dos minutos después que la salida es inminente. Qué contraste. Y que será, la virgen maría y josé de arimatea, por la vía 2. Esto es, justo en el lado contrario de donde salen todos los medios y largos recorridos.

Y ahí nos ves, a la Mari y a mi menda, como borregos, esquivando a todo meter a viajeros que nada saben de estas prisas, comebabas de la prensa del corazón, asaltacunas de homosexualidades primerizas y de saldo en baños hediondos (anclados en las letrinas de la época de Calvo Sotelo, o por ahí), y toda la baja estofa que, salvo se llame Fritz James Stuart-Álvarez de Toledo y de las Dos Sicilias, abarrota las estaciones del ferrocarril de la que pretende coronarse octava potencia económica mundial. Que alguien me lo explique, porque no atino. Y me fastidia empezar el año sin saber qué camino voy pisando. Siquiera más o menos, incluso más menos que más.

Feliz y próspero 2010.