En tres retazos

Al mismo que me condena Articulos de Alfonso Piñeiro, publicados en cualquier soporte,
con memoria o sin fortuna, que llegaron o que no quisieron quedarse...
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Adios, Madrid

20100217

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Carnaval sostenible

De Confidencialba. La columna del editor.


La columna del editor Por Alfonso Piñeiro

Qué bueno, me digo, que estemos en Carnaval. Es una manera sandunguera, si acaso una de las mejores, de saber que todo puede ser tomado a ritmo de chirigota. Samba de Janeiro y de Belén Esteban, para asombrarse con los mensajes travestidos de los drag-queens de la cosa pública, y aplaudir el disfraz de cierta gentuza que es imposible que se crea lo que dice. A lo loco , a lo loco el discurso en tanga desvergonzado de mengano, el plumaje verde y sostenible de fulano, la traca de voces impostadas… No es como el 28 de diciembre, no. Pero casi: baile de máscaras de quienes visten el traje del emperador.

Qué bueno que estemos en Carnaval. Así, por unos días, el funcionario temporal de turno (pues no otra cosa son los políticos), pueden ponerse sensibleros en una Convención sobre Cambio Climático y Sostenibilidad. Decir que se creen esto y lo de más allá. Confundir 70% de energías verdes con 70% de electricidad consumida procedente de fuentes renovables. Todo el mundo sabe que es una explosión súbita de fuegos de artificio, porque es Carnaval. Y así ha de ser, para que nadie se lleve a engaño.

Qué bueno que estemos en Carnaval. Permite a empresas que reciben “amargos” por su falta de transparencia informativa –no siempre, no todas, seamos justos– ser a la vez sponsors de la cosa ecologista, mientras los congresos que patrocinan dejan fuera de juego a los sesentayochistas que toman el micrófono en el turno de preguntas presentándose como “un simple ciudadano”. Turnos de preguntas que, por cierto, son el único reducto en los que hacer posible, si es que se hace posible, esa máxima de la “participación ciudadana” de la que presume todo Ayuntamiento que se considere contemporáneo. Y sostenible, faltaría más.

Qué bueno que estemos en Carnaval. Porque así saben esos nostálgicos de Jean Paul Sartre, el Che y Mahatma Gandhi, como saben los ponentes del “cine de barrio” del cambio climático (acaso lo sepan desde antes y con más convicción), que esta función casposa de sobremesa es una tómbola, tom, tom, tómbola, de luz y de color. Como la vida, como las ideas, como el poder. Como el terruño pacífico de los Eurocpoters EC135, los programas de entrenamiento de pilotos de la OTAN y los aeropuertos de seis millones de euros en publicidad institucional. Elementos de pro que aseguran el desarrollo y el porvenir.

Qué bueno que estemos en Carnaval, se dice, se repite y se insiste en ello. Así los muchachos y las muchachas de la prensa saben, conocen e identifican la broma ligera de traer a un Nobel llamado Pachauri, a una ex primera ministra de Noruega o al creador de la campaña climática de Barack Obama, guanche para más señas. Es decir, quizá no orgullo pero sí reseña de la capacidad patria. Chuminadas, concluyen, los plumillas o casi mejor sus jefes. Quiere decirse sus editores, los mismos que trafican con la información en función de quién suelte prenda financiera, sobre todo ahora que estamos en crisis. ¿Independencia? Déjate de tanta gravedad, chaval, y baila, que estamos en Carnaval.

Qué bueno este Carnaval permanente. Las ponencias marco del indio de la India, de la noruega o del canario yankee son operetas bufas de lo que a fin de cuentas importa. Y quien no lo sabe es que todavía no se ha enterado de qué va la fiesta. Se toma nota de la rueda de prensa tasada a veinte minutos, y se toma prestada la nota de la agencia de turno; que para eso se paga, aunque luego sus plumillas y los de cada casa cobren una miseria sonrojante, y a los políticos se les hinche la moral hablando de los medios de comunicación, tan necesarios, tan objetivos, tan patatín y tan patatán. Por eso la hiperinflación de cámaras de televisión sólo se hace presente en la introducción y en la clausura de tres jornadas de perfil internacional. Esa introducción y esa clausura donde largan por esa boca pecadora que las urnas les han dado nuestros mandarines de patria chica. Curioso que sean tan mandarines y bocazas, cuando de todos es sabido la boquita de piñón que se gastan en la República Popular China.

Suma y sigue, qué bueno que estemos en Carnaval. Mientras Albacete descorcha botellas de champán de comercio justo por la buena nueva de la revolución verde, el azote de los curritos allende la capital, sr. Díaz-Ferrán, pide que el despido improcedente cueste 20 días. Y todo el mundo sabe que es un disfraz: ni 20, ni 45; si nos pusiéramos serios sería gratis total, para que despedir a un albañil porque me sale del colgajo o de la bisectriz (según género), no me cause traumas. Que estamos en crisis, ceporros, y hay que ahorrar. Y no me aprieten no vaya a ser que recuerde Auschwitz.

Hace días otro Ferrán, el Adriá, anunciaba el cierre temporal de su Bulli. Ayer corrigió: el cierre es definitivo. Y menos mal que estamos en Carnaval, rediezla, sapristi, porque de otro modo ni él ni nadie se atrevería a llamar restaurante a lo de Adriá. Pero en esto, como en todo, si no habláramos el lenguaje de la mentira oficial que hasta el más tonto se gasta en esta España cateta y envidiosa, y de pandereta, no nos enteraríamos. Por eso en Carnaval nos disfrazamos. Para ser más naturales que nunca. Para ser lo que querríamos ser. Carnaval, carnaval, carnaval te quiero.

20100210

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Penélope y Telémaco... por lo menos

Confidencialba, la Columna del Editor



Si no eres tú, lector –y me permites esta vez el tuteo–, tiene que ser tu pareja. Y si no tu padre. Y si no tu tía la que se fue a vivir a Cádiz. Pero a uno de los cuatro os toca, por ley estadística, haber estado la semana pasada pegadico a la pequeña pantalla formándose, abriendo la mente, recorriendo mundo, invirtiendo su tiempo en todos los verbos en gerundio que signifiquen adquirir cultura, educación, ideas críticas, dimensión global, pensamiento constructivo, acción ciudadana, compromiso vital y lucidez filosófica. Esto es. Pendientes de la nosecuántis reposición de ese paradigma de discernimiento e historia de la evolución titulado Gran Hermano.

No se preocupen. Al menos 18 de ustedes están disculpados de antemano –ya ven, ahora les trato de usted–. Porque estadísticamente están libres de semejante sindiós de decencia televisiva. Se lo digo porque los otros seis de la estadística, los correspondientse espectadores enganchados a la morfina de la bazofia de las vidas ajenas, ya me los topé yo. Comiendo. En un restaurante de esos tan modernos y tan nuevos en los que apenas tienes intimidad. Que uno podrá ser probe pero tiene sus euros para clavarse un menú de los de 300 duros. Y allí estaban. Espléndidos. Encorbatados ellos y de tacón ellas. Finos, jóvenes, aparentes y con hambre. Lobos de las finanzas. O de la administración, tanto me da, pero con la misma pinta de lobos que se gastan los antaño engominados señoritos de la madrileña zona de Azca.

La situación se veía venir. Antes o después. Tal nivel de civilización preclara hemos alcanzado en la perra España de los más de cuatro millones de parados –"nunca alcanzaremos esa cifra y nos quedaremos muy por debajo", dijo Corbacho hace menos de un año–, que el premio gordo estaba cantado. El refectorio en cuestión cuenta con dos pantallas de plasma de esas de rebajas del Mediamáster, o de la Cadenamarket, o de por ahí. Que hoy por hoy si no tienes semejante artilugio en un negocio no eres nada. Ni te comes un rosco.

Y se lo juro por mi santísima, en una emitían el Tal Cual Pascual me es Igual, de la cadena de Lara; y en la otra el Sálvame de los inoperantes, el programa de Jorge Javier Vázquez y Belén Esteban, que de no ser porque ya tienen papel asignado en esta vida, habrían encontrado acomodo, sin duda, en cualquier novela de Umberto Eco, de José Luis Sampedro o de Juan Marsé. Qué digo, en el mismo Quijote de Cervantes. Qué tontería: el Telémaco y la Penélope de Homero, como mínimo. De ahí para arriba, si se puede.

Ante tanto derroche de ingenio, era inevitable que alguna mesa hiciera alguna referencia a alguno de los nudos gordianos que se tratan en sus debates de altura: la jubilación a los 67 años, el despido libre, el incremento del periodo de cotización para el cálculo de las pensiones, el sobeteo y manoseo de la clase política con las cajas de Ahorro (Barreda CCM, Esperanza Caja Madrid), o el envío de 500 desgraciados de la soldadesca española a Afganistán, de los que –la estadística manda– se debería ir encargando ya los epitafios, flores y lápidas o féretros de medio centenar. Ea. Pues casi. Por muy poquito. Ya lo verán.

El programa de Mermelada y de "la mujer que se hizo famosa por tocarle la chorra a un torero" –impagable Ángel Martín, Sé lo que hicisteis, La Sexta–, se arranca con el resumen del reestreno de Gran Hermano. "Mira el Kiko, ya la lió otra vez ayer", dice una torda de los tacones. "¿Y ese quién es?, que no m'acuerdo", replica un encorbatado. "¿Pos si es que no te acuerdas, muchaaaacho? ¡El del primer Gran Hermano!", responde una segunda fulana. ¿No les decía yo? Intensidad, altura de miras, elevación del espíritu. Olé nuestros huevos, compadres.

Y en estas me acuerdo de la época en la que fui corresponsal de la Agencia Notimex. Cuando mi buen César Velázquez me agarró por banda y me dijo: "Oye, pues, pinche Piñeiro, tú que le echas ingenio, qué onda wey, por qué no hases las crónicas de estos pendejos del Gran Hermano, que los editores del de-efe no hasen más que pedirme la chingadera esta para los medios de allá; ya les digo que no mamen, pero ni modo, así que pues te lo ofresco, tú me dises". Qué bien lo pasé, recristo. Tirando de metáforas y relecturas del 1984 de George Orwell, novela distópica de la que sale esa figura del Gran Hermano, y que con que conociera la décima parte de la tropilla de reemplazo que se sienta ante su televisor para ver a estos héroes posmodernos, ya me daría con un canto en los dientes.

Por cierto. Dice la leyenda urbana de la literatura que Orwell –es decir, Eric Blair– escogió ese título al darle la vuelta a los dos últimos dígitos del año en que la terminó de escribir, 1948. También el año de máximo apogeo de la represión estalinista, que quedaba retratada en la neolengua, la reinvención del pasado, la arbitrariedad del gobierno, la policía del pensamiento y el omnipresente Gran Hermano. Es decir, el Estado. Quién le iba a decir al bueno de George que 60 años después el narcótico social no vendría en forma de represión, sino del reblandecimiento de las neuronas de todo bicho viviente. Sobre todo si es español. Y que encima le usurparían sus conceptos. Mira que somos.

Y luego, que si la crisis. Amos ya, cohone.