Publicado en Confidencialba. Columna del editor
Esta crisis no es como otras: yo siempre he tenido faena, y nunca hasta ahora había estado con la máquina parada seis meses. La confidencia la suelta mi primo en lo que nos echamos el café de desatascar en la cita de todas las mañanas. El café con el que se enjuga esta crisis que tiene a cinco millones de desengañados buscándose las cosquillas sociales, a ver si le quedan ganas de reír por algo más que por la histeria del hundimiento de su propio Titanic. Y lo de me primo, al que no conocía hasta hoy, pero me tiene tan cara de noblote y saludable que es difícil no fiarle el pan y los cafés, me parece de traca. Veintidós años removiendo tierras, con su mono, sus empleados cuando los necesitó pagados en tiempo y forma, sus clientes de toda la vida y su Paco, o su Luis, o quien le tocara en suertes en la oficina del pueblo renovándole confianza y crédito… y ahí me lo tienen, al hombre, apretando los dientes y el culo hasta que vengan vientos mejores, si es que han de soplar.
No me canso de decir a mis amigos, e incluso a mis enemigos, que no se fíen, salvo que sea para fiarse entre ellos. Mejor dicho: que no se confíen. Que si le pegan un repaso a algunos amantes de la economía ficción, todo lo agoreros que se quiera pero que vienen acertando una sí y otra también desde mediados de 2007, o antes, lo mismo se les corta la digestión. Agoreros o demiurgos como Marc Vidal que insisten en que lo peor está por venir, que de aquí a seis meses el ambiente va a ser irrespirable, y que el recorte de derechos, prestaciones, salarios y días de indemnización por despido va a pegarle veinte vueltas y media a la moto que ahora nos están vendiendo. Pesimistas, les llaman algunos. Y ellos, los futurólogos, lo niegan: su vida consiste en emprender, y en ponerle al mal tiempo buena cara. Como hace mi primo, exactamente, desde hace 22 añazos, con su mono, sus empleados, sus clientes y su Paco, o su Luis, etcétera.