En tres retazos

Al mismo que me condena Articulos de Alfonso Piñeiro, publicados en cualquier soporte,
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Adios, Madrid

20081025

Hijo de crápula

Pues me voy a jinchar. Como sea verdad que al alcalde de Puerto Real le van a empurar por injurias contra el rey, al Altísimo pongo por testigo de que me voy a jinchar a ganar cuartos. Pues si el de Izquierda Unida ha llamado “corrupto” e “hijo de crápula” al rapaz del conde de Barcelona, yo tengo atesorada para mí solito, por mi propia capacidad y mi buen entender mi mecanismo, toda una colección de insultos hermosos –floridos–, hermanos –proletarizantes–, y hermesos, es decir, que son como una corbata de Hermés: queriendo echar una mano al cuello, sientan en realidad como un guante de seda.

No ofende quien quiere, sino quien puede. E, hijos de la misma condición, no se siente ofendido quien es atacado, sino quien con ello cree vituperada su esencia humana, es decir, su dignidad de bípedo semiconsciente. Seguro estoy de que Juan Carlos, que no es menos que mi menda –pero tampoco más–, se parte la caja cada vez que un simple mortal, se llame nieto municipal de Carrillo o sobrino radiofónico de Escrivá de Balaguer, le llama lo que todo el mundo, más que menos, dice, comenta o explica de él: mira, Puri, un amigo de un conocido que informó a un periodista que se hizo pasar por fuente oculta de un programa de Ana Rosa ya avisó, en su día, de que el Borbón flojeaba más de esto que de aquello. Y tal y cual.

La clínica del rumor es así. Tiene un funcionamiento imparable. Desde los lametazos del canino Ricky Martin en las vergüenzas televisivas de Isabel Gemio, hasta las mafias que te dan a oler éter en un aparcamiento con el gancho de que están promocionando un perfume. Suma y sigue: la Guerra Civil la empezaron los huelguistas del PSOE asturiano en 1934, Garzón quiere insultar a media España o no nos oponemos al matrimonio homosexual pero sí a que se llame matrimonio. Del rumor a la mentira no hay distancia. Y entre la verdad y la mentira, la distancia es más larga que la del rumor, si bien similar: llámase rubor. Vergüenza torera. Orgullo. Raza. Ein Journalismus, ein Handhabung, ein Wahrheit. Vayan al diccionario, que hay mil en internet.

Nunca pensé que el supuesto autor de tantos amoríos –o puteríos de alto standing, siempre supuestos, ni siquiera presuntos–, fuera a darme, precisamente, la guía con la que actuar. Con la ventaja, y diferencia insalvable, de que el del Palacio de Oriente no tiene nada que ganar, y quien aquí firma no puede perder mucho más. Así que tomo nota de sus acciones legales contra José Antonio Barroso, el alcalde en cuestión, y elevo mi voz para invocar que si él interpone una demanda, yo pondré dos más. Además, eso le tiene que sonar, porque el régimen que otorgó corona al marido de Sofía de Grecia, al hablar de las Naciones Unidas, vociferó en términos similares: ellos tienen UNO –United Nations Organisation–, nosotros tenemos dos.

Se podrá estar más o menos de acuerdo con el primer edil de Izquierda Unida en el contenido, las formas o el acierto de sus improperios –o descripciones temerarias–. Pero lo que no se puede es consentir el linchamiento vía Fiscalía para legitimar sine die la sopaboba monárquica. A quienes nos tira más lo violeta que lo rojo en la franja inferior de la bandera no nos importa que Juancar esté donde está por un “es que así fue la Transición”, un “no toquemos las pistolas” o un gracejo populachero a lo Spain is different. Pero ni la boda de Letizia-con-zeta, ni las fiestas que dicen que llevaron al duque de Lugo a arrastrar sus dolencias, justifican el cheque en blanco de involabilidad que se gasta la Familia Real. O, más bien, que gastan sus lameculos reales, además de regios, y de oficio, invocando las leyes de parte.

En caso de flagrante continuidad del correazo informativo a quienes disienten en público de los Borbones, y máxime si la Justicia no atiende mi requerimiento en igualdad de trato y agilidad de tramitación, me consideraré insultado, también, por los gestores de la cosa pública jurídica. Pero ni con esas tendremos palabras mayores. Guárdense las espadas, que no verán las mías batiendo el aire. Dejemos a cada cual lo suyo: los bajonazos son propios de las almas rastreras. Tanto, que sólo saben esgrimirse en grupo, y siempre para dar collejones al que asoma la cabeza. Por eso me cae tan mal la Fiscalía, y tan bien los alcaldes de IU. Y, desde ahora, por darme ideas para jincharme, el señor Rey.

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