En tres retazos

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Adios, Madrid

20071217

Irresponsabilidad compartida

El pasado sábado miles de manifestantes tomaron las calles de Barcelona reivindicado la validez, la vigencia o la vuelta del denominado proceso de paz. La convocatoria estaba sólo secundada por Esquerra y por la rama catalana de IU, pero hay que recordar que esas dos formaciones del llamado Govern d’Entesa (o Tripartito II), poseen allí un caladero de votos y un poder de convocatoria importante.




Pero difícilmente se puede pedir la vuelta de algo que nunca existió en la política real. Existió en el imaginario de un cuerpo electoral que, según el color, vio esperanzas o vio traiciones. Al margen de ello, no hubo datos que permitieran hablar de la existencia de proceso de paz alguno.

Cuando los datos son testarudos conviene ceñirse a ellos, sin levantar espantajos por uno u otro lado. Los fantasmas han sido alentados en repetidas veces desde ciertos sectores de la oposición. Si se hiciera recuento, se perdería el número de veces en que destacados líderes del PP han repetido el consabido coro de las rendiciones de Zapatero ante el entorno de ETA. Sin concretar cuáles.

La consigna y el modus operandi del PP han estado bien definidos. Su estrategia desde la difícil digestión del 14-M tiene forma de receta: atribuir al contrario cualidades morales ante las cuales la realidad siempre impone una lógica de maldición profética. Cuando el contrario da el paso en la dirección anunciada, los augures invocan la confirmación de sus presagios. Cuando el paso es en dirección contraria, entonces los aprendices de adivinos lo achacan a la condición de tramposo del contrario, o la de ingenuo, o la de deudor de ciertos favores a ciertos socios. Sin definir qué “favores” o qué “socios” porque total, vienen a decir, “todos lo sabemos ya”.

Buena parte de la polarización política en nuestra dolida España ha venido por esa vía: todo vale con tal de dar un mazazo a quien gobierna. Ahora bien, eso no sirve como excusa; quien gobierna también tiene sus responsabilidades en la incapacidad para crear un clima de mayor concordia. Primero, porque gobierna. Segundo, porque debe dar la apariencia de hacerlo para todo el mundo.

Nada nuevo. Si en el pasado se censuró a quien se saltó la opinión pública mayoritaria para apoyar un aventurerismo bélico, igual de lamentable es la ceguera de empeñar los reflejos de una sociedad, ya mediatizada por el terror, en diversiones pacifistas sin rumbo fijo. Y sin un timonel que venda cara la piel de sus diálogos.

Así, mientras la jefatura del poder Ejecutivo ha lidiado entre las buenas intenciones de la ingenuidad y el oleaje del rumor, la oposición ha visto la oportunidad servida para reventar la credibilidad del Gobierno. Tanta irresponsabilidad, por una y otra parte, ha logrado dar al traste con la necesaria concordia que se necesita para hacer madurar a una sociedad; y de paso ha acabado con la cordura, único elemento de juicio con el que se puede contar si se quiere derrotar, de veras, al terrorismo.


Publicado
el juves 1 de febrero de 2007. Página 3

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