En tres retazos

Al mismo que me condena Articulos de Alfonso Piñeiro, publicados en cualquier soporte,
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Adios, Madrid

20080523

La verdadera inseguridad

¿Inseguridad ciudadana? Y un pimiento. Lo que hay es paranoia, mucha paranoia. Tanta, que rite tú de los pergeños comebabas de tanto pe(nd)ón negro que anda suelto por nuestras radios de Dios. Paranoia, y miedo. Titulares a punta pala: tenencia ilícita de armas, agresiones a vigilantes de seguridad, agentes del orden sin medios ni recursos... Claro que buena culpa la tenemos quienes firmamos, porque va en el negocio: si no le tocas al ciudadano el bolsillo, le tienes que tocar las pudendas. Eso, o no comerse una miajilla de audiencia.



Ojo, que hablo siempre de inseguridad tal cual la entienden las abuelitas que ven salir a sus nietos; o los padres que empiezan a ver a sus hijas en edad de empolvarse (la cara, o lo que se tercie). Sí, esa inseguridad de clase media enchufada al telediario chusco de las tres. Esa inseguridad no existe.

La que sí existe, en cambio, es fruto de otra inseguridad. La que genera el propio sistema, experto en arrinconar al individuo y alimentar borregos; capaz de apestar al diferente y diferenciar al apestado, mientras se nutre de hordas de encefalogramas cóncavos, más que planos.

Por ejemplo, acudir a diario al misal de las ocho horas de jornal sin saber si tu trasero está a salvo, o si ese día alguien ha colocado una carga explosiva de estrés, con algún ribete de hijoputez añadida, que nunca viene mal al caso. Por ejemplo, echarse una partida de aceite de girasol al carro de la compra, y luego resulta, jate tú, que viene de Ucrania; y como vivimos en una economía global, lo siento mucho chavalote, se nos escapó porque era prioritario vender y que la fábrica no parase. Eso es inseguridad.

Por ejemplo, operar a vida o muerte sin que nadie revise que en tu historial de las últimas 48 horas, acumulas más de 24 de servicio; y que por un mal temblor en un mal momento, te lleves por delante al paciente y te caiga una demanda de las de ciscarte por la pata abajo. Por ejemplo, y sin salir del gremio del quirófano, que tengas a bien buscar la máxima ausencia de dolor en un enfermo terminal, y que un grupúsculo de “legionarios” reconvertidos en no sé qué pantomima de defensa de la vida, te busquen las cosquillas en el juzgado y te arreen hasta en el carné del currículum profesional y de la trayectoria, hasta entonces dilatada y respetable. Eso es inseguridad.

Por ejemplo, que diez chupópteros con parné para fichar a diez mil leguleyos te pueblen la costa de chaletazos, y esquilmen los recursos acuíferos, marítimos y vegetales; y de aquí a unos años, cuando el mal se evidencie, si te he visto no me acuerdo, y todos criando malvas. Por ejemplo, que los fantoches de siempre no traguen con que alguien quiera instruir a los pequeños en los valores constitucionales, esos en los que nunca creyeron más que con la boca chica; y que ahora vayan de objetores de conciencia. Eso. Eso sí que es inseguridad.

Publicado en Página 3, 24 de mayo de 2008

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