En tres retazos

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20100512

Mi lobezno y el euro helénico

Publicado en Confidencialba como Columna del Editor


A veces me sorprende hasta qué punto el personal puede llegar a confundir las churras con las merinas. Porque además de eso va: de ovejas. Y de los que se las comen en plan salvaje, con las fauces sangrientas, aullidos estentóreos, instinto asesino y demás vituperios y vilipendios que le caen a los pobres animales a los que me refiero.

Es decir, a los lobos. Porque andan ahora echándoles a los pobres, a los “lobos” especuladores, la culpa de todos los meneos que se está pegando la bolsa, acumulando festines de ganancias en unas pocas manos, pérdidas descomunales en unas muchas, y que se invita a rondas de chupitos broteverdianos a cuenta de saber que los intereses griego, portugués, español y ya veremos si italiano e irlandés, le van a pagar las copas, el baile, las putas y el desayuno a los matones gabacho y teutón.



Y qué quieren que les diga. Pues como que no. Que para algo tiene casi nueve añazos mi perro Calcetines. Al que le pusimos ese nombre, sólo unos días después del 11-S y casi sin haber recuperado el resuello ante tanto espanto, porque recuerda sobremanera al magnífico ejemplar al que hizo protagonista Kevin Costner en Bailando con lobos, que no con especuladores. Mi perro Calcetines tiene tanto de belleza canina como de tontuna congénita. Háganse cargo: el pobre no ve tres en un burro por una enfermedad degenerativa, y a costa de no haber salido en su vida de la parcela en la que hace sus necesidades, y compartiendo toda su existencia con su madre y con su padre, hasta la muerte de éste, el chiquitín sigue siendo eso: el chiquitín, el cachorro.

Calcetines no es un niño de papá y mamá, pero sí es un can consentido, mimado y protegido. Y más buenazo que un mendrugo de pan tierno. Acostumbrado como está a que las cosas funcionen por el capricho de la naturaleza y no el de sus amos, mi perro no sabe obedecer órdenes. Como los lobos, es libre. Como los lobos, él se apaña para lo suyo. Como los lobos, le gusta la manada. Y la familia. Y el rebaño. Pero no como quieren los símiles de los lobos. No para salir de cacería como hacen los expertos de las finanzas con los descuidados bolsillos de los ovejos de media Europa y de entera España que pidieron créditos a mansalva, porque “la vivienda nunca baja” y demás sandeces de la vida cotidiana.

Miren. Mi menda se coloca frente a su perro, y cuando escudriña sus ojos medio tuertos, sus orejas gachas, su rabo siempre apuntando hacia la luna (de sol no hablemos con este invierno de nueve meses que nos ha caído en gracia en 2010), sus tientos antes de mover la patita derecha, o la izquierda, su gesto de sempiterno cachorro, su lengua que no se cansa de lamer, sus resoplidos de placer cuando le caen unas caricias y su torpeza de reflejos… Y no. No es un especulador. Es un lobo, igualito al de Costner, y tan noble como el de la película.

Así que, ¿saben qué les digo? Que de lobos nasti. Ni cerdos. Ni siquiera sabandijas. Cualquier bicho viviente, por repugnante que resulte, es mejor compañero que esta pandilla de engreídos que se creen los amos de la economía. Si se cruzan con uno, ni siquiera tengan tentaciones de colgarlo del palo mayor, que además de ser delito es desagradable. Quédense mirándole a los ojos. Fijamente. Sin que les tiemble la sonrisa. Denle un abrazo y, en ese momento, justo en ese momento en que sabe que su vida se va por el retrete de las mentiras, la berlina, las acciones y las puñaladas por la espalda, díganle, muy suavemente y al oído: “menos lobos, Ca-pe-ru-ci-ta”.

Ustedes saldrán ganando. Y el muy capullo también.

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