En tres retazos

Al mismo que me condena Articulos de Alfonso Piñeiro, publicados en cualquier soporte,
con memoria o sin fortuna, que llegaron o que no quisieron quedarse...
y algún experimento de periodista que busca su espacio en la red

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Adios, Madrid

20090323

De 'beta tester' a 'teta bester'

Escribe Roberto Saviano en Gomorra:

¡Hoy, después de Tarantino, ya no saben disparar como Dios manda! Ya no disparan con el cañón recto. Lo tienen siempre inclinado, hacia abajo. Disparan con la pistola torcida, como en las películas, y esta costumbre provoca desastres. Disparan al bajo vientre, a las ingles, a las piernas; hieren gravemente sin llegar a matar. Así, siempre se ven obligados a rematar a la víctima disparando en la nuca. Un charco de sangre gratuito, una barbarie del todo superflua a los efectos de la ejecución.

Así se lo dijo en cierta ocasión un veterano de la policía científica de Nápoles, mientras le explicaba cómo los killers de la Camorra imitan a los de las películas...

Al revisar estas líneas, me da por pensar si a la actual manera de entender la prensa no le sucede algo parecido. La revisión diaria de la agenda de actos de políticos y demás líderes sociales arroja saldos insoportables de compaciencia y compadreo. Por cierto, "compadre" es el título original que se daban entre sí los jefes de la Camorra napolitana, en lugar de "padrino", una traducción poco filológica del inglés Godfather.

En ese ritmo flojeras de información, los periodistas ya no saben disparar como el oficio ha manado de siempre. Podría decirse que después la serie de José Coronado (no, desde luego, después de Todos los hombres del presidente), disparan con el cañón hacia abajo, y preguntan por el vientre, por las ingles, por las vísceras, por el morbo. Pero no por el fondo, por la crítica, por la certeza de los datos, por la proyección, por lo que demanda el público.

De ahí la constante separación entre prensa y audiencia: cada vez más lejos, cada vez más irreconocibles, mientras la legión de los periodistas-bloggers crece, para desesperación de quienes se quedaron en el siglo XX reivindicando el corporativismo del título universitario, y denunciando el intrusismo, como única arma para blindar su trabajo. Ignoran que a la profesión le acechan otros males.

Por eso se ven siempre obligados a rematar sus noticias disparando en la nuca del lenguaje, provocando una sangría de verbos innecesaria, una barbarie de superficialidad, conformidad, complicidad y justificación de todo por nada; frente a la dicadura de las inserciones publicitarias no oponen más que su jornal mileurista y los titulares precocinados de los gabinetes de prensa: Mengano dice, Zutano asiste, Fulano inaugura. Y noticia no es, o no sólo es, y desde luego no siempre es, quién dice, quién asiste o quién inaugura. Será, siempre y en todo caso, qué se dice, qué sucede allí donde se asiste, o qué hay de nuevo en aquello que se inaugura. En definitiva, qué es lo oculto, y no lo que todo el mundo puede ver.

Veo el tarantino-periodismo mientras me adentro, cada día, en las procelosas aguas de un medio digital, a medias entre blog y web, con un nutrido y admirado grupo de beta testers, que con paciencia y buena letra me dicen qué puede mejorar, qué falta o qué sobra en Confidencialba. Y me pregunto si no llegará también el momento en que la presión, la necesidad monetaria o el simple hartazgo de l'omertá me convierta en algo muy similar a ello, aunque cambiando las consonantes: no un beta tester, sino un teta bester. Es decir, el que mejor chupe de la teta. De la que dé mejor leche. De la que mane el compadreo infinito. Del bolsillo acolchado, cómplice y amamantado. Ay, Saviano, hijo mío, qué de fantasmas haces ver.

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