En tres retazos

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Adios, Madrid

20090303

Por tantos, o por santos

Ni pidas a quien pidió, ni sirvas a quién sirvió. Fue una enseñanza que un día, grabadora y café mediante, me dio quien acaba de presentar su dimisión irrevocable como coordinador del Foro de la Participación, Miguel Berrio. Una decisión que se venía escuchando en algunos círculos, pero que llega antes de lo que la mayoría de los allegados pensaban. Gracias, Miguel, por uno de tantos aprendizajes. Quién lo iba a decir.


Es la última que se ha montado la factoría de sotanas para convencernos de que les echemos una ayudica vía IRPF. Que lo hagamos por tantos. Por tantos que pregonan la buena vida del cielo y el valle de lágrimas que, por consiguiente presidente, nos ha tocado vivir en este perro mundo. “Y un cura les decía: arrodillados hijos, siempre arrodillados”. La cita es de El loco de la vía, inimitable fragmento de prosa poética a cargo del también inimitable Rafael Amor.

Pásense por www.rafaelamor.com. Apesta a porteño y prepo bonaerense, como manda Gardel (uruguayo, mal que les pese a los mitómanos argentinos). Pero, chévere, que estacazo de sensibilidad y guerrillerismo social. Guevariano. Hay que endurecerse sin perder la ternura, decía el comandante. Y más, después de echarle un ojo al último Dutifri de Javier Sardá. Que es muy suyo, muy como siempre: escasos gramos periodísticos, pero un envoltorio con el que te tragas lo que te echen. Crónicas no fue líder siete años sólo por casualidad. Aunque nadie reconozca haber sido fiel a los “marcianos”. Qué mundos tan contrapuestos, Sardá y los documentales de La 2 –que “todo el mundo ve”, ay qué siesta más güena–, unidos por el ungüento dulcificador de la hipocresía televisiva.

No se me pierdan, estábamos con la campaña de los benditos feligreses. Pero agrandemos el paréntesis porteño: parte del programa lo dedicó el otrora Sr. Casamajor a los “nietos recuperados”. Es decir, los hijos secuestrados durante la dictadura y dados “en adopción” a esos grandísimos hideputas de los cargos militares. Esos miserables –los legionarios, no sus lacayos arrancados a las madres y abuelas de la Plaza de Mayo–, que ayer, hoy y siempre, en el Río de la Plata, en Birmania o en el Opus Dei, buscan irse de rositas con leyes de obediencia debida y lindezas jurídicas por el estilo.

Justo al término de la entrevista con uno de esos nietos –quizá la parte más intensa del programa, y en la que más telespectadores buscaron fortuna en emisiones menos “sesudas”–, y en una brevísima ráfaga, diez segundos todo lo más, sonaron Los Dinasaurios de otro grande de la Argentina, Charly García. Qué afortunado, pensé, haber aprendido en su día de mi buena Estela que esos “dinosaurios” es como se llamaba a los milikos, esbirros deleznables de la “obediencia debida”.

También ellos, como todos los listos y espabilados de este planeta, expertos en medrar a base de mediocridad y crucifixiones al respetable, se auparon sobre los hombros de la salvación de las almas. Es lo mejor, decían, para poner fin al desmadre del peronismo. Que sí, que aquello fue el cisma de una economía capaz de autoabstecerse. Pero por muchas fábulas que me cuenten, y por mucho palio con plantitas que se pongan, no hay excusa suficiente para justificar la deserción moral de un régimen, ya dure 24 horas, ya dure 40 años.

Cuando las almas son pusilánimes, al final uno se arrodilla. Arrodíllate, hijo, siempre arrodíllate. Las huestes armadas de las dictaduras cumplen a la perfección con ese precepto que predica el buenazo de Miguel Berrio: ni pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió. Y para llegar a general, como para ascender a arzobispo o a consejero delegado, hay que echar mucho tiempo entre peticiones camufladas como dádivas, y arrogancias disfrazadas de servidumbre: al mando mandarín, al jefe máximo, al Ser Supremo. Sí, buana.

En Argentina, vaya cosas, una multinacional de capital español y repleta de hilos de cobre compró a la compañía nacional por cuatro duros. O incluso por una peseta, igual que se las arreglaron los petroleros patrios para hacerse con YPF. Y allí, y aquí (y en Birmania el día que lleguen), a los señores clientes no les queda otra que emular a Rafael Amor. “Arrodillados, hijos. Siempre arrodillados”.

Me cuentan –empezamos a cerrar el círculo de los santos y los tantos–, que en una de las urbanizaciones de la periferia albaceteña, de esas de a todo trapo, piscina, videoportero, circuitos de aire inteligente y la repanocha en verso, no han llegado los de Alierta con sus fibras ópticas y sus bandas anchas. ¿Anchas? Anchas es lo que son las jetas de algunos, que ya en el siglo pasado sabían que para enchufar tres megas por segundo (y diez, y veinte), no hace falta sino “descapar” el hilo de cobre. Y, a pesar de ello –que no de ellos–, nos van soltando los megas con cuentagotas. ¿Que no han llegado, dicen? ¡Ja! ¡Rejá! Mil veces jajaja.

Así, algunos se hinchan los carrillos a base de pedir “lo mejor para todos”. Y uno ya no sabe distinguir si los mismos “tantos” son, además, santos. Que es de lo que se trataba. Creo.

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