En tres retazos

Al mismo que me condena Articulos de Alfonso Piñeiro, publicados en cualquier soporte,
con memoria o sin fortuna, que llegaron o que no quisieron quedarse...
y algún experimento de periodista que busca su espacio en la red

Facebook / Twitter

Confidencialba Mi actual proyecto profesional, del que soy editor.
Sus principios son independencia, crítica, certeza e información.

También en Twitter y en el desaparecido Soitu.es

ContraTitulares Primera experiencia blogger.
Única referencia durante mucho tiempo con ese término en Google.
La aventura terminó cuando dejé Madrid por Albacete... pero cualquier día regresará

Adios, Madrid

20100308

8-M: el feminismo como fin

Confidencialba. La columna del editor


A ver cómo se lo digo para que me copien rápido. Mi menda con su mecanismo se va a meter él solito en un follón de mucho cuidado, ¿vale? Así que no dejen después que me vaya lamentado por las esquinas de mi mala sombra. Esta calavera ya ha sobrevivido a alguna crucifixión, así que una más tampoco creo que vaya a ser para apagar las luces e irnos. Pero ya que se lo anuncio, tómense también la molestia de no quedarse en la superficie, como hizo el jueves Julia Otero con Arcadi Espada con lo de Rosa Díez y los gallegos –si no lo oyeron búsquenlo en Internet–. Quiero hablarles de ese apaño que es el 8 de marzo.

Sí, apaño. Digo bien. A ver si de primeras dejo claro lo que pienso del machismo en general y de los machitos en particular: pueden meterse por donde les quepa su complejo de inferioridad, sus fobias, sus hormonas, sus deportes televisados, sus María que son las diez, sus Gertrudis el cuello de la camisa cuántas veces te lo voy a decir, sus aspavientos, sus botellines en el bar, sus “mujeres…”, sus “todas sois iguales” y sus “en el fondo lo que buscan es alguien que les dé caña”. A esos, los pasamos por la cámara de gas y el mundo no pierde gran cosa –salvo, obviamente, un sentido universal de justicia que impone la desaparición de toda forma de pena capital, y que también suscribe este articulista–.

Pero con la misma, dejen que me ponga como una moto y hecho un basilisco con la tontería políticamente ignorante y velozmente correcta –o viceversa, tanto da–, que ha contaminado la memoria de tantas mujeres que lucharon por tener voz, y la ha transfundido en una feria de gangas, en un todo a cien con etiqueta del Corte Inglés ministerial –me disculpen los de don Isidoro, no va con ellos la cosa–, en un ágape febril de oportunidades políticas de bajo coste, discursos de saldo, fingimientos hiperactuados y trapicheos de ademanes impostados. Amén, que esa es otra, de una neolengua que ni en sus peores pesadillas habría imaginado el bueno de Eric Blair, conocido como literato George Orwell. Lean a Pérez-Reverte, y sabrán de qué les hablo.

El triunfo del feminismo como doctrina absorbida, y espoleada en su versión de bata y pantuflas por la clase política, es la mejor muestra de dos verdades incómodas: una, que el feminismo no ha sabido actualizarse para plantar cara y permanecer a la vanguardia social; dos, que ningún contrapoder puede amancebarse con el stablishment si quiere sobrevivirse a sí mismo sin convertirse en mono de feria. Debe combatirlo, abrirse hueco en él y desde dentro cambiar las estructuras, pero no para situar al contrapoder como nuevo foco de poder, sino como mosca cojonera y con un algo de Elliot Ness; es decir, incorruptible –si bien corren tiempos propicios para darle la vuelta a la tortilla y que los imputados denuncien a los garzones–.

El feminismo lleva en su actual definición sociogenética el virus que lo convierte en fenómeno de referencia mediática pero de irrelevancia ciudadana: su conversión en fin político indubitado, en axioma y en tótem, ha arruinado su histórica condición como medio. Como medio de control, como medio de modificación de patrones, de inquietud, de contestación al sistema o a sus derivas. El feminismo actual, al igual que el socialismo reconvertido en socialdemocracia –y si me apuran el cristianismo travestido en misa del gallo, comunión de la niña, boda desvirgada ante el altar y limosna "si ves que tal"–, es poco más que un grano de mosquito: una hinchazón de egos con tintes rosáceos que si un buen día le da por fastidiar, con aplicarle pomada, caricias y no hacer mucho caso, aquí paz y después gloria. Lo van pillando, ¿no?

En lo tocante a los posicionamientos institucionales del 8 de marzo, conviene no fiarse de ninguno: los que proceden de bastones de mando, porque jamás se van a pillar los dedos; los de oposiciones de tinte conservador, porque bastante tienen con parecer de centro reformista; los de oposiciones de tinte progre, porque les va en el ajo no dejar de apuntarse los tantos que regala este espléndido 8 de marzo; y los del feminismo mal llamado “radical”, los de color morado y mucho alambique simbolista, porque hablan para su propio mercado interno, sin dominar las claves de la comunicación social, y sin dejar que nadie les aconseje al respecto porque dicha comunicación es “márketing concebido en una época y un mundo de hombres”. Para orinar y no echar gota, oigan.

En cuanto a la desnutrición del mensaje original del feminismo, en este Occidente cargado de moralina y falto de ética, y en esta España abotargada de flojera mental y atonía intelectual, basta con ver cómo se han copiado los peores registros del machismo para darles la vuelta: hoy lo más in son los chulazos en lugar de las buenorras, la caracterización de hombres torpes donde hubo rubias tontas, el desprecio a lo masculino tras siglos de confinamiento de lo femenino. Y toda una generación hasta ahora inexistente de chonis cuyos méritos como mujeres son hablar, conducir, mascar chicle y despreciar la materia gris igual que sus poligoneros del alma. Así nos va, queridas; y queridos.

En cuanto a los spots televisivos, cruzada sin igual del feminismo oficial –Institutos de la mujer y sacacuartos por el estilo, ¿dónde están los Institutos del Hombre?–, cierto es que perdura el uso y abuso de estereotipos “macho alfa versus belladonna" –planta venenosa–. Pero a falta de una respuesta inteligente, también se ha impuesto el arquetipo hombre metrosexual dispuesto a todas horas para atender a una mujer ejecutiva, altiva, exigente y hasta displicente. ¿No sería conveniente cargar también las tintas contra esos roles de la dictadura publicitaria, que sólo intoxican la convivencia entre hombres y mujeres?

Que si defiendo algo del feminismo, me preguntarán a estas alturas. Claro que sí. Defiendo ir a decirle a las mujeres de nuestros pueblos y nuestras aldeas que hay más futuro que la vida limitada de los niños, el piso, la compra y el chicharreo al fresco o a la lumbre. Defiendo los valores de la escuela mixta y los equipos mixtos frente a los nuevos embistes del puritanismo disfrazado de ciencia bajo la etiqueta de “diferenciación”. Defiendo que las mujeres estén presentes en el habitual mundo de los hombres, de la crítica social y política mediante la polémica, la discusión y la argumentación lógica, de igual modo que los hombres han de saber incorporarse al mundo atribuido a las mujeres –intimidad, acuerdo, hogar, psicología–. Pero sin necesidad de renunciar a ningún rol, que es la buena nueva que nos ha vendido el triunfo del feminismo como fin, y no como medio.

Y no me fustiguen con banalidades lingüísticas de violencia de género –es al revés: género de violencia– o de invisibilidad. Mi menda no es más invisible por ser periodista en lugar deperiodisto, aunque todo se andará: la estulticia es así de invasora. La “invisibilidad” es otro concepto acuñado por y para los virtuosos del eufemismo, que sirve para referirse a mujeres, a niños soldado, a mendigos, a pobres y a presos. No me vendan motos. Pongámonos a trabajar en serio. Y ahora sí, si quieren, me muelen a collejas, pero no me sean soplacirios –ni soplacirias– con este tema, que es mucho más serio que el festival flower power del 8 de marzo.

0 alegatos:

Publicar un comentario