En tres retazos

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Adios, Madrid

20100301

La dieta de la oposición

De Confidencialba. La columna del editor.


Hola, doctor. Mire. Perdone que venga por una tontería, pero es que no me come. ¿Cómo dice? No, perdón, me refiero a que no me come bien. Y no soy endocrina, pero creo que es por culpa de eso por lo que está echando tripa y poniéndoseme fofo. Yo le pongo mis estofaditos de ajusticiamientos sindicales, mis adjudicaciones a la sal o a la espalda, mis láminas de becario cubriendo funcionarios en pepitoria, y no se lo come. Pero es que entre horas se atiborra de hamburguesas de mejoras en barrios y bolsas de gusanitos demagógicos. De vez en cuando, todo lo más, una pizza de feria centenaria, pero sólo con eso no se me va a criar en condiciones.

No, no me diga que vayamos al psicólogo de las urnas. Estuvimos en él hará cosa de ocho meses y el zagal salió requetecontento. En el test de felicidad electoral le sacó 20 puntos a Partido-Pardito. ¿Y sabe qué le digo? Que fue peor el remedio que la enfermedad: ahora me replica que no le hace falta tener cuidado con el estómago, que se las puede tragar dobladas, porque ninguno de sus compañeros de clase, ni Pedrito el Santo, ni Dieguito Poco Barato, ni Agustito No Rubio ni, por supuesto, Carmencita Ja Quiero le pueden hacer sombra. Porque si mi chiquillo me come mal, ni te cuento sus amiguitos, que se inflan a bollicaos de oscurantismo y a tartaletas de sombras chinescas.

Verá. Le pongo un caso. Hace cosa de unos tres meses le serví en su punto, ni muy hecho ni muy crudo, un secreto ibérico de líneas aéreas con puré de publicidad institucional, y por la noche una pasta fresca venida de Italia y con la garantía de su Mayordomo, sí, doctor, sí, el que acaban de pulirse como criado a conveniencia en la casa de Carlitos Rocoso. Como era de una calidad exquisita, la broma me costó seis millones, ¿sabe? Vamos, que con la crisis que hay y aquí me ve usted pagando el plato a tres años y con la ayuda de tito Chema Barrendero, que si no ni de coña.

Bueno, pues el niño se me puso con una sonrisa ladina que ya me la conozco de otras veces y que significa que sí, que vale, que tiene una pinta de la muerte y que tal y que cual, pero que no es plan de indigestarse con los gorrinos ni con la pasta, porque muchas veces los primeros son los que mejor manejan la segunda. Y no vaya a ser que alguien diga que se indigesta porque no entiende de altos vuelos culinarios, ni sabe surcar los aires gastronómicos. Total, que se relamió con delectación y apariencia, pero a la hora de la verdad, para que nadie le acusara de pijotero por comerse semejante manjar jugoso y excepcional, apartó el plato y se merendó sin decir ni media un pudding de frutos rojos de los de a riñón la ponencia en la José Saramago.

Así que eso. Que si usted dice que lo deje estar, que ya me comerá bien cuando crezca, y que no me empeñe en ponerle rebozados de TDT, pues aquí donde hay patrón no manda marinero y lo que usted mande que para eso es el especialista. Pero mire a ver si un qué sé yo, unas pastillas o un algo que le devuelva el tono, porque a este paso lo que me da miedo es que se me apoque. Que se me despiste y me venga cualquier mes, un decir, mayo del año que viene, con lloriqueos y con lamentos, con don Penseques y don Creíques, que ya me sabe usted que son hijos de don Tonteque.

Vamos, que si la cosa es que no me preocupe, porque seguro que él solito se pone las pilas, pues bueno, pues oye, pues tampoco es para ponerse en plan histérico. Pero ya le digo, que si me sabe algún remedio aunque sea en plan casero, para que el niño me coma de más a menudo un revuelto de plusvalías y contratos, por ejemplo; o unas lentejas con… chorizo de la marca Hacendado, mismamente; o una sopa de letras crediticias… con coca en los bares, o sea, con coca-cola y en el bar quiero decir, fíjese, hasta con coca-cola y en el bar si hiciera falta, pero al menos el niño se me pondría fuertote.

Y si tenemos suerte quizá sus amiguitos del barrio le imiten. Una suerte, ya le digo, que es que no es plan, ya le digo yo también, que las generaciones del día de mañana, las que han de decidir su destino y además el mío, se anden con esta flojera general y esta atonía de hambre política. ¿O no, doctor? ¿Qué me dice?

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